En los pedales de aquella bicicleta
dejé rincones sin descubrir,
sonrisas que nunca devolví
y destellos de estrellas que quise abandonar.
Cuando giran sus cintas en mi cabeza,
simulan luces cruzando ventanas;
recortan a cierta conveniencia
los robles arrojando al suelo su llanto
para esconder el verdadero tamaño del barrio.
La piedra que nunca pudimos sacar
de la esquina dos calles más abajo
es gato negro pisando, suave, las persianas.
El tiro que me ofrecieron
en forma de diamante
enmoheció en la piscina que puso mi abuela.
Todavía me caigo bajando por la cuesta prohibida.
Resucito sin mi piel cuando asomo la cabeza.
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