De regreso
sobre la almohada,
los violines se expanden
como bola que se acerca
a romperte la nariz.
Se rasgan
las paredes
y la humedad tiene consigo
olor a soga que no parte.
Sobre la perilla
cuelgan
miles de manos que se recogen
en una sola huella de aceite.
Aumentan
el volumen
los violines.
La bola
te pega
en la cara.
Tienes que dormirte como quiera.
La noche barre bajo su alfombra
la ceniza de tu día.
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